Pablo Atencia
Paradójicamente, lo políticamente correcto ahora en nuestra sociedad es hacer responsable de la mayoría de nuestros males a los dirigentes políticos. Cuando hay un problema, tenemos tendencia a no asumir responsabilidades y buscar un culpable.
Hemos permitido, e incluso potenciado con nuestro voto, un sistema público paternalista en el que la sociedad ha pasado a un segundo plano, fomentándose el gratis total y el convencimiento de que el Estado lo debe resolver todo. Hasta ahora se exigía y se votaban a los que ofrecían “obras faraónicas e innecesarias, paguitas, sueldos para amas de casa, medicinas, ordenadores, libros de textos gratis, etc.”
Un exponente de lo contrario fue John F. Kennedy cuando instó a los estadounidenses a pensar que es lo que podían hacer por su país en lugar de pensar que es lo que podía hacer su país por ellos.
Precisamos de un cambio cultural en el que seamos conscientes que nuestro futuro está en nuestras manos y que asumamos que el papel del Estado esencialmente es complementario, solidario, corrector y garante de la igualdad de derechos y oportunidades de todos, incluida la distribución equitativa de la riqueza.
Las democracias más consolidadas suelen contar con una sociedad civil organizada, reivindicativa y exigente que impulsa mecanismos para evitar que la clase política se aleje de ella, evitando el derroche, las mentiras y los ofrecimientos innecesarios, aunque favorezca a un grupo que le pueda dar votos.
Debemos trabajar en la construcción de una sociedad civil fuerte, organizada, reivindicativa y preocupada por las grandes cuestiones que nos afectan, que colabore con lealtad, y sin sumisión, con las administraciones públicas y los políticos, en busca de un equilibrio entre lo público y lo privado.
Este artículo fue publicado en La Opinión de Málaga el 13 de julio de 2013