Por Ana Hidalgo Díaz, abogada del despacho
Artículo originalmente publicado en Vida Económica
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, la última crisis económica conocida como “la gran recesión”, se inició en el 2008, y duró aproximadamente 6 años, sin perjuicio de que algunos indicadores como el desempleo a principios de 2020, justo antes de la actual crisis, aún no se hubieran recuperado completamente.
Inicialmente se contempló como una recesión excepcional ante la caída de Lehman Brothers. Sin embargo, con posterioridad, algunos estudios determinaron que se trataba de una crisis sistémica multidimensional, y por tanto previsible, que acabó afectando a varios sectores además del socioeconómico, y por su propia naturaleza la recuperación se dilató en el tiempo, con ciertas similitudes, según algunos expertos, con la “gran depresión”, que detonó con la caída de la bolsa de valores de Nueva York, en el martes negro, como fue conocido el 29 de octubre de 1929.
A diferencia de la anterior crisis de 2008, esta nueva crisis de 2020, que algunos ya denominan “la gran pandemia”, no era previsible, y no ha tenido como causa una recesión económica de origen sistémico, sino que se trata de una crisis que ha tenido como origen la paralización del país, por una emergencia sanitaria, que ha revertido directamente en el ámbito económico.
Decía el filósofo Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”. ¿Podríamos abordar esta nueva crisis echando la vista atrás, analizando las medidas que ayudaron a levantar la economía en épocas pasadas, o los avances de la sociedad actual provocan la obsolescencia de los mecanismos que hicieron resurgir la bonanza economía en el pasado? ¿Es posible, por el contrario, que esos avances lo que permitan es una recuperación económica más rápida que en crisis anteriores?
Si tenemos memoria histórica, ante la pandemia provocada por la gripe española de 1918, hace ya más de 100 años, para evitar que aquella enfermedad supusiera el exterminio de la población, la solución no fue otra que utilizar mascarillas, mismo remedio que se está utilizando un siglo después en plena era de la tecnología y la información.
En contraposición, la evolución de la sanidad ha amortiguado el impacto, y remitiéndonos a datos de aquella época, en los meses de mayor incidencia de ambas epidemias el exceso de mortalidad causado por la gripe española es notablemente superior.
Por tanto, parece que la clave reside en el uso de mecanismos históricamente utilizados con un resultado favorable, mejorados mediante mecanismos contemporáneos inexistentes en épocas pasadas.
De hecho, pese a que el origen es diferente, existen similitudes entre las consecuencias provocadas por la crisis de 2008 y la de 2020, como la destrucción del empleo, y las soluciones que a nivel económico se están adoptando, con intervención de los bancos centrales y siguiéndose en ambos casos el modelo keynesiano a través del gasto presupuestario y endeudamiento público, con ayudas a favor de la ciudadanía.
En las operaciones M&A (fusiones y adquisiciones) también encontramos puntos de conexión, puesto que en ambos escenarios (2008 y 2020) la situación económica ha provocado un descenso en este tipo de operaciones, por factores tales como la desconfianza de los inversores, la incertidumbre, o la falta de crédito bancario, en relación con la caída de los mercados bursátiles.
Sin embargo, en la actualidad, como ya pasó en 2008, está habiendo un repunte de las operaciones del subgrupo que se cataloga dentro de las denominadas “Distressed M&A”, que actúan con una finalidad algunas veces oportunista y otras veces defensiva, debiéndose tener en cuenta que la evolución tecnológica de la última década facilita en la actualidad la localización de oportunidades de inversión y la creación de sinergias.
Tal y como viene ocurriendo, a través de tales operaciones los eventuales inversores pueden aprovechar la oportunidad para, entre otros, adquirir activos o unidades productivas de empresas insolventes, o con dificultades financieras, a un coste bajo, hacerse con ellas mediante mecanismos de fusión por absorción, acceder a los órganos sociales de dichas mercantiles a través de la compra de sus acciones o participaciones, siendo recurrentes a su vez las estrategias de inversión denominadas de capital riesgo.
La finalidad protectora se plasma en operaciones tales como las fusiones de empresas mediante las cuales se obtiene mayor dimensión y fortaleza, o las recapitalizaciones, y en relación con las operaciones oportunistas, la búsqueda de financiación a través de inversores interesados en la participación en el capital, deuda estructurada, o la creación de sinergias a través de operaciones de joint venture.
La oportunidad para el inversor existe, y también los mecanismos de salvamento de aquellas empresas en crisis, que no necesariamente se deben ver abocadas a una liquidación o a un concurso de acreedores, ítem más en este caso, en el que nos encontramos ante una crisis económica cíclica, y por tanto la recuperación debe ser más rápida que en la crisis anterior, y aquellos que hayan invertido a un coste bajo presumiblemente podrán verse beneficiados a corto plazo de la rentabilidad de estas operaciones societarias.
Lo relevante es localizar operaciones en empresas o negocios “robustos” y viables a los que la actual crisis ha posicionado en situaciones de solvencia limitada, aunque con buenas perspectivas a medio plazo. Esto se consigue mediante un estudio de la situación corporativa, mercantil, financiera, fiscal y laboral y donde, el tipo de operación a realizar (inversión, financiación, joint-venture, etc), debería tener muy en cuenta el perfil directivo de la empresa o negocio en dificultades.