Por Andrés Reina Agero, experto en Derecho Litigioso
La jerga de los mercados describe a las start-ups que alcanzan una valoración de 1.000 millones de dólares como unicornios.
Cabify es ya un unicornio. Y es española. Es también ilustrativo que una de las compañías implicadas en la última ronda de financiación – como inversora – de la start-up sea Ratuken, el gigante japonés del comercio electrónico.
Uber es el competidor natural de Cabify. Aunque, quienes, como sabemos, presentan batalla a Cabify, no son sus competidores naturales en términos de modelo de negocio, sino aquellos cuyo modelo de negocio puede estar abocado a la extinción, o al menos a la insignificancia, por el éxito de Cabify: el colectivo del taxi.
La batalla es cruenta y se libra en diversos y singulares teatros de operaciones.
En el primer teatro de operaciones, el Tribunal Supremo produjo sendas sentencias, en noviembre de 2017, que han abierto la puerta a la concesión de nuevas licencias de vehículos de alquiler con conductor (VTC), aprovechando el vacío legal creado por la entrada en vigor de la ley Ómnibus, con lo que se espera una lluvia de oro en forma de licencias VTC para este nuevo modelo de negocio, y el consiguiente enfado de los taxistas.
En el segundo teatro de operaciones, el reciente RD 1076/2017 de 29 de diciembre de 2017, establece los nuevos requisitos y medidas que el Ministerio de Fomento impone a las empresas VTC, lo que ha suscitado las críticas de UNAUTO (Unión Nacional de Autoturismos VTC), y la satisfacción del taxi.
En el tercer teatro de operaciones, la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia) ha informado contra esta nueva regulación, que discute por lo que supone para los principios que rigen la competencia.
En el cuarto teatro de operaciones, no es descartable que la Comisión Europea entre en la cuestión, sabiendo como sabemos la repugnancia que siente hacia toda medida que pueda socavar las leyes antimonopolio, venga esta de donde venga. Y si no que se lo pregunten a Google, a Microsoft o a Intel.
De momento, el tigre europeo está dormido, e incluso podría parecer que el Tribunal de Justicia de la UE se ha decantado a favor del colectivo del taxi con la sentencia dictada el pasado mes de diciembre, con la que ha señalado que Uber es una empresa de transporte y no una plataforma digital de intermediación de viajeros, por lo que está obligada a trabajar con licencia – como de hecho ya hace Cabify en España con la de VTC -, no pudiendo ser operada por conductores particulares, dejando la actividad al margen del ámbito de aplicación de la libre prestación de servicios en general, así como de la directiva relativa a los servicios en el mercado interior y de la directiva sobre el comercio electrónico. Se trata de una victoria pírrica, al menos en España, pues como decimos a día de hoy Cabify ya opera mediante licencia. El Tribunal de Luxemburgo no está dictando el resultado del partido, está dictando las reglas que rigen el mismo, que es muy distinto. Además, es preciso recordar que el Tribunal europeo ha recalcado, en la misma sentencia, que los Estados miembros, en el estado actual del derecho de la Unión, deberán regular las condiciones de prestación de estos servicios, siempre que se respeten las normas generales del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Ahí duerme el tigre.
Entre estos cuatro teatros de operaciones, cuyos ejemplos solo se han apuntado, puesto que hay más, el ciudadano de a pie asiste al espectáculo, atónito. Creo que, en la mayoría de los casos, el ciudadano de a pie solo desea ser transportado, de un punto a otro, lo más cómoda y rápidamente posible, y con un precio competitivo.
En principio.
Pero el ciudadano de a pie no es un mero consumidor de servicios, como ciudadano es sujeto de derechos, pero también de obligaciones, y entre ellas figura la de no ser el testigo mudo de conflictos entre modelos de negocio que, acaso con el tiempo, redunden en una sociedad menos justa. Como mercancía. El ciudadano europeo debe ser un ciudadano responsable. Por desgracia, el ciudadano está desinformado, inmerso en el ruido provocado por este intercambio de golpes que uno y otro contendiente se dirigen. Pero no debemos ser la doncella encadenada, el trofeo a disposición de quien se erija vencedor. Ni podemos estar sujetos a un modelo de negocio monopolizador, un corralito de tarifas y de licencias – que incluso tienen su mini burbuja – en las que solo mandan unos pocos, sin alternativa posible, ni podemos tampoco abandonarnos al liberalismo salvaje, el mercado desregulado, en el que el precio marque la ley del más fuerte.
Regulación frente a libertad; viejos sistemas frente a nuevas tecnologías; tradición frente a progreso.
Oh brave new world! (Cuán bella es la humanidad/¡oh, mundo feliz!/en el que vive gente así) exclamó Miranda, la hija de Próspero, ante la visión de Fernando, príncipe de Nápoles, y de sus compañeros, en La tempestad, de William Shakespeare. La virginal y pura Miranda, en su candidez, pues nunca había contemplado en la isla a otro ser humano más que a su viejo padre, vio en Fernando y en sus jóvenes compañeros, el progreso, el mundo exterior.
Pero Brave new world es también el título de la terrible ficción futurista de Aldous Huxley, el mundo resultante de un progreso sin moral ni ética, sin responsabilidad.
El amor de la virginal Miranda por Fernando rescató a Próspero de su odio.
El unicornio no es solo un animal excepcional y raro. En la tradición fabulosa europea, es también sinónimo de virginidad y pureza.
Un punto de encuentro es posible.